“La política es la forma más
decente que hay para intentar cambiar las cosas”.
De entre las muchas definiciones que oí del concepto, es una de las que más me
gusta. La alternativa a un sistema político democrático es la dictadura, no hay
otro. Ello no impide, desgraciadamente, que haya muchos políticos indecentes,
cuyas acciones provocan que se califique de igual modo la actividad de todo
aquel que rige o aspira a regir los asuntos públicos. Esta percepción cada vez está más
extendida, a pesar de lo injusto de la generalización.
El
fin último de un político no debe ser que su partido gane unas elecciones. El
partido es un medio, y el ganar las elecciones el paso necesario para intentar
transformar la sociedad; ese es el objetivo: Estar en disposición de poner en
práctica las medidas necesarias encaminadas a establecer un sistema que busque
el bien común, sobre una base de igualdad.
No
podemos ser espectadores impasibles, vivir de rodillas, o comportarnos como
afectados del Síndrome de Estocolmo, aquel que hace que los secuestrados acaben
justificando las acciones de sus captores.
Debemos
saber que todos somos iguales, que todos tenemos los mismos derechos, y entre
ellos, el derecho a un trato igual por parte de quienes gobiernan. El
cumplimiento de las leyes es una exigencia para todos. La Ley pasa a ser injusta para el
que la cumple, cuando se permite que otros se la salten a su libre albedrío.
Hablaba
de transformar la sociedad, y para hacerlo se hace necesario conocer su
realidad. No me gusta la sociedad que percibo. Y no, no estoy dispuesto a caer
en la resignación, a aceptar que unos pocos, que cuando hace falta se unen,
decidan qué, cómo y cuando se hacen las cosas, saltándose hasta el más mínimo
principio democrático. Unos pocos, para los que el marco legal no existe, o
existe cuando les conviene.
No
debemos aceptar una sociedad manejada por grupos de poder, por personajes que
buscan el lucro propio aunque sea a costa de las perdidas del otro, individuos
a los que no les cambia la expresión de la cara a la hora de difamar,
coaccionar o tratar de amedrentar a todo aquel que se atreva a poner algún tipo
de traba o pega a sus actuaciones caciquiles.
Esa
es mi aspiración primera, hacer que todos los ciudadanos de mi municipio sean
tratados por igual, que sientan que ese es su derecho, y que así lo
reivindiquen, que no existan prebendas o trato de favor en función de su cuna
de origen o de con quién compartan mesa y mantel.